Existió, una vez, un
pueblo que guardaba el fuego.
Volubles y engreídos,
los dioses confinaron al hombre a la oscuridad perpetua.
El héroe, el más
humano que divino tuvo compasión, Prometeo robó la tea providencial y después
de hacernos el regalo más preciado, se dedicó a ser devorado sin tiempo por un
buitre mientras nosotros, desde ese día y para siempre, seremos los guardianes
del ardor.
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