jueves, 4 de agosto de 2011

"Cómo irse de putas un domingo" (2)

II.-Si eres funcionario de cultura y te puedes comprar un pasaje a Bali, entonces a lo Houellbecq.

Primero debes reconocerte un deprimido perdedor al que su trabajo le da flojera. No tener novia, ni amante y que tu padre al que nunca admiraste se muera y te deje una buena plata. Después debes pensar concienzudamente en qué gastarte los euros y ya está… irte de putas, pero con clase, tomar un avión a Tailandia y sentirte good man al dejarles sobre la mesilla dos de los grandes, ah, porque tú eres un asco, sí, pero del primer mundo.

Así que si eres partidario de Houellebecq, entonces, primero elabórate una reflexión sobre el turismo sexual y de cómo el hombre está hundido en la idea de tener sexo cueste lo que cueste pero no con quien se deje, sino con quien tú creas que está perdido y puedas rescatarlo. También sobre las relaciones humanas en el mundo posmoderno, las cuales no van más allá de contratos de compra venta, de mira qué guapa estoy-y yo te compro lo que quieras. Lo cual hace que los humanos tengamos buenos sueldos pero vidas de coladera y lo único que nos consuela sea pedir un mes de vacaciones, pasártela en los mejores burdeles de Tailandia con chicas espectaculares y contar lo que les haces con una prosa sin adornos y directa. Contar la historia como quien no quiere contarla, como si también eso te diera flojera, pero de una forma magistral, para que quien la lea, se encuentre con un mosaico de hombres deslucidos y sin ganas de vivir, con una política de estado resquebrajada, con el mundillo de negocios de la hostelería, el turismo sexual que cada vez se vuelve menos tabú y más prolífico y por qué no, una nueva forma de economía en el tercer mundo.

Así, es. Esta es mucho más difícil ¿verdad? Si no te alcanza todavía para el viaje a Tailandia, la tierra de la bendición, entonces por lo menos lee el libro de Michel Houellebecq, que sí que vale la pena.

Plataforma (2001)

“Es muy raro dar, en un salón de masajes, con una chica que tenga ganas de hacer el amor, eso es obvio. En cuanto llegamos a la habitación, Sin se arrodilló delante de mí, me bajó elpantalón y el slip y se metió mi sexo en la boca. Empecé a ponerme duro en el acto. Ella frunció los labios y sacó el glande a pequeños lengüetazos. Yo cerré los ojos, sentía vértigo, tenía la sensación de que me iba a correr en su boca. Ella se detuvo en seco, se desnudó sonriendo, dobló la ropa y la puso en una silla.

Massage later... —dijo mientras se tumbaba en la cama; luego separó los muslos.

Ya estaba dentro de ella, e iba y venía con fuerza, cuando me di cuenta de que había olvidado ponerme un preservativo. Según los informes de Médicos del Mundo, la tercera parte de las prostitutas tailandesas eran seropositivas. Sin embargo, no puedo decir que sintiera un escalofrío de terror; sólo me sentí ligeramente irritado. Estaba claro que las campañas de prevención contra el sida eran un completo fracaso.

Aun así, se me había puesto un poco floja.

Something wrong? —preguntó ella, inquieta, enderezándose sobre los codos.

Maybe... a condom —dije yo, incómodo.

No problem, no condom... I’m OK! —exclamó ella alegremente.

Me cogió los huevos en la palma de una mano, y me acarició la polla con la palma de la otra mano. Yo me tumbé de espaldas y me abandoné a la caricia. El movimiento de su palma se volvió más rápido, y sentí que la sangre me afluía otra vez al sexo. Al fin y al cabo, a lo mejor había controles médicos o algo así. Cuando la tuve dura ella se sentó sobre mí y se la hundió de golpe. Crucé las manos sobre sus riñones; me sentía invulnerable. Ella empezó a mover la pelvis con breves sacudidas, cada vez más excitada; yo separé los muslos para penetrarla más a fondo. El placer era intenso, casi embriagador; yo respiraba muy despacio para controlarme, me sentía reconciliado. Ella se tumbó sobre mí y frotó vivamente su pubis contra el mío, lanzando grititos de placer; yo subí las manos y le acaricié la nuca. Cuando llegó al orgasmo se quedó quieta, dejó escapar un largo jadeo y se derrumbó sobre mi pecho. Yo seguía dentro de ella, sentía las contracciones de su vagina. Ella tuvo otro orgasmo, una contracción muy profunda, que venía del interior. La abracé con fuerza, involuntariamente, y eyaculé con un grito. Ella se quedó quieta, con la cabeza en mi pecho, durante unos diez minutos; después se levantó y me propuso que nos diéramos una ducha. Me secó con mucha delicadeza, dándome golpecitos con la toalla, como se hace con los bebés. Me senté en el sofá y le ofrecí un cigarrillo.

We have time... —me dijo—. We have a little time.

Me enteré de que tenía treinta y dos años. No le gustaba su trabajo, pero su marido se había ido y la había dejado sola con dos hijos.

Bad man —dijo—. Thai men, bad men.

Le pregunté si había hecho amistad con algunas de las otras chicas. No mucho, contestó; la mayoría eran jóvenes y descerebradas, se gastaban todo lo que ganaban en ropa y perfumes. Ella no era así, era seria y metía su dinero en el banco. Dentro de unos años podría dejarlo y volver a vivir en su pueblo; sus padres ya eran mayores y necesitaban ayuda. Al despedirme, le di una propina de dos mil baths; era ridículo, demasiado. Ella cogió los billetes con incredulidad y me saludó varias veces, con las manos juntas a la altura del pecho.

You good man —dijo. Se puso la minifalda y las medias; le quedaban dos horas de trabajo antes del cierre. Me acompañó a la puerta y juntó las manos una vez más.

Take care —dijo—. Be happy. “


Literatura Erótica Parte II "Cómo irse de putas un domingo"(1)

Si lo que buscas es irte de putas un domingo, o cualquier día de la semana, o incluso las vacaciones, o por qué no y mejor, pasarte la vida de putas, entonces aquí tienes los consejos de Miller y Houellebecq, que se acomodarán a tus preferencias.

I.- Si no tienes un peso, entonces a la Miller.

Primero tendrías que ser un chico de esos que se creen escritor en ciernes, mendigo y maltrecho que buscando el sueño romántico se van a París y sufre los desvelos que provocan las trasnochadas en los bares de buena muerte. Maldiciendo a cada billete que les abona un amigo-mecenas pero gastándoselo con remordimiento de cura. Flaco y mal vestido, ícono del insomnio de los que ya encontraron la historia pero no cómo contarla, pobrecitos de suelas y metáforas, pero que ya verá usted cómo un día sí, aunque ahorita todavía no.

Si eres de estos, es decir, si te gusta a lo Miller, entonces la tienes difícil:

1.-Gástate el dinero que te manda tu esposa con una de esas chicas flacas de la calle de enfrente, o de atrás o de cualquier parte.

2.-Enamórate de la prosti, (escoge a la más fea y a la menos educada) ah, porque eres un romántico, no se te olvide. Pero no hay problema, a ella le gustarás y te invitará la cena. Interesa que no olvides ser un irresponsable, cree fielmente que lo inmediato es lo único que vale y embárrate de la filosofía nihilista que ha creado a tantos figurines con hilos en los brazos.

3.-Tienes qué decirte, con esa prosa que brilla por cachonda, pero especialmente lúcida y pulida de escritor consagrado que sabe lo que hace cuando escribe del París de entreguerras, de los sueños artísticos cuando aún era esa la ciudad que los acunaba y los hacía sentirse posibles; tienes qué decirte que valen la pena las putillas que tienen malvas y jardines entre las piernas, porque aún eres un hombre al cual el arte le importa como forma de vida.

Así es a la Henry Miller en Trópico de Cáncer (1934)

“Germaine era diferente. No había nada en su aspecto que me lo indicara . Nada que la distinguiese de las otras rameras que se reunían por las tardes y por las noches en el Café de l' Élé-phant. Como digo, era un día de primavera y los pocos francos que mi mujer había juntado a duras penas para girarme tintineaban en mi bolsillo. (…)No era de las que metían prisa, Germaine. Se sentó en el bidet a enjabonarse y estuvo hablando afablemente conmigo de esto y lo otro; le gustaban mis pantalones bombachos. Trés chic!, en su opinión. Lo habían sido en su tiempo, pero los fondillos ya estaban desgastados; felizmente, la chaqueta me cubría el culo. Después de ponerse de pie para secarse, mientras seguía hablándome con simpatía, dejó caer la toalla de repente y, avanzando hacia mí despacio, comenzó a restregarse la almeja cariñosamente, pasándole las manos suavemente, acariciándola, dándole palmaditas y palmaditas. Había algo en su elocuencia de aquel momento y en la forma como me metió aquella mata de rosas bajo la nariz que sigue siendo inolvidable; hablaba de ella como si fuese un objeto extraño que hubiera adquirido a alto precio, un objeto cuyo valor había aumentado con el tiempo y que ahora apreciaba como nada del mundo. Sus palabras le infundían una fragancia peculiar; ya no era simplemente su órgano privado, sino un tesoro, un tesoro mágico y poderoso, un don divino... y no lo era menos porque comerciara con ella día tras día a cambio de unas monedas. Al echarse en la cama, con las piernas bien abiertas, la apretó con las manos y la acarició un poco más, mientras murmuraba con su ronca y cascada voz que era buena y bonita, un tesoro, un pequeño tesoro. ¡Y vaya si era buena y bonita, esa almejita suya! Aquel domingo por la tarde, con su venenoso hálito de primavera en el aire, todo volvió a pitar. Cuando salíamos del hotel, la examiné de nuevo a la cruda luz del día y vi claramente lo puta que era: los dientes de oro, el geranio en el sombrero, los tacones desgastados, etcétera. Ni siquiera el hecho de que me hubiera sacado una cena y cigarrillos y un taxi me perturbó lo más mínimo. De hecho, di pie a ello. Me gustaba tanto, que, después de cenar, volvimos al hotel y echamos otro palo. «Por amor» aquella vez. Y de nuevo esa gran mata suya floreció e hizo otra magia de las suyas. Empezó a tener una existencia independiente... también para mí. Estaba Germaine y estaba aquella mata suya. Me gustaban por separado, y juntas también.”